La cultura del snack
¿Por qué, para qué y para quién hacer música? ¿Por qué, para qué y para quién pintar, escribir, o a apostar por una manifestación artística sincera, que busque la verdad, que devele aunque sea un milímetro el misterio de nuestra existencia?
La respuesta -o las respuestas- a esta pregunta pueden ser difusas. Vivimos en una "cultura del snack". El snack es algo que se parece mucho a la comida pero no es comida. No alimenta. Utiliza sabores artificiales -sabor a queso, sabor a cebolla, sabor a tomate-. Generalmente posee colores estridentes, muy seductores, incapaces de pasar desapercibidos en una góndola. Genera una conducta adictiva: ¿por qué como esto si realmente no tengo hambre? Y luego de consumirlos, se desvanece la ilusión inmediata de que estamos satisfechos para dar paso al vacío y al malestar: el plástico se transforma en una pelota incómoda en nuestro estómago.
Algo similar sucede con las películas, las canciones, e incluso con la forma en que nos vinculamos con el mundo que nos rodea: se han convertido en un snack artificioso donde lo espontáneo y verdadero es simplemente un obstáculo. La incógnita que queda de fondo es si el éxtasis de la papa frita con sabor a barbacoa prevalecerá frente al encuentro genuino, quizá menos estridente, del arte que busca la autenticidad y pone el corazón a disposición. En esto pensaba ayer mientras escribíamos una canción nueva con Delfi, una artista argentina increíble, con la que estamos trabajando en su primer EP.