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Foto del escritorNacho González Nappa

Kokoro


Hace unos días hablaba con Ivo y Juan acerca de la amistad y la felicidad. Juan sostiene que la felicidad tiene que ver con la capacidad de mantener vínculos cercanos en el largo plazo. Esos vínculos, es decir, esas amistades, son compañeros de ruta que le dan sentido a nuestro pasaje en el mundo. La felicidad tiene que ver con la pertenencia, con sentir que no estamos solos.

En esto pensaba al terminar Kokoro (Impedimenta, 2016), de Natsume Soseki, una historia que narra el profundo vínculo entre un anciano y un joven de quienes no conocemos el nombre. Kokoro es un término japonés difícil de sintetizar en una sola palabra, como sucede con saudade en el portugués, o Zeitgeist en el alemán. Kokoro puede entenderse como corazón, alma, sentimientos. En todo esto indaga la novela de Soseki, considerada su obra maestra. Una historia donde lo sensorial, las relaciones interpersonales, y la lucha por salvaguardar la luz dentro de la oscuridad ocupan un papel central. La vida del anciano, a quien conocemos como Sensei, da un quiebre en el momento en el que descubre que amar supone la irremediable posibilidad de herir. Esa capacidad de hacer daño, por tanto, ya no viene del mundo que nos rodea, si no de nosotros mismos, que podemos ocasionar grietas imposibles de cerrar. Por lo tanto, Sensei desconfía de todo aquél que lo rodee, pero en última instancia desconfía de sí mismo.

No quiero dar más detalles porque me gustaría que leyeran esta novela. La maravillosa sensibilidad nipona les dejará algunas preguntas respecto a qué es la amistad, los límites del amor, y el honor como último refugio para ser mejores de lo que somos.


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