Una nota, luego otra
La música no es brujería. Es una práctica. Como cualquier otra. Como el fútbol, la medicina o la pintura. Cualquiera puede aprenderla, día a día. A menudo, tenemos la imagen del músico como un genio loco, que espera a que baje la musa y escriba las notas por él. Nada más lejano a la realidad. La actividad creativa es una práctica, no un misterio. Primero una nota, luego otra. Así se escribe la música. Se escribe y se borra, se escribe y se borra. Una nota, luego otra.
La práctica es lo único que controlamos. Sentarnos frente a la hoja en blanco y crear algo que segundos antes no existía. No controlamos si lo que hacemos le va a gustar al público. No controlamos si el teatro estará lleno. Controlamos la práctica. Escribir una o cien notas cada día. De forma enfocada y gratuita. Enfocada, porque buscamos conectar con el otro. Gratuita, porque lo que hacemos es un servicio. Nuestra música busca emocionar. La práctica no debe enfocarse en los resultados, sino en la práctica misma. Una nota, luego otra.
La magia de la creatividad es que no hay magia, dice Seth Godin en The Practice. El foco en el proceso nos salva de la pobreza de nuestras intenciones. Es simple pero complejo. Escribir una nota, luego otra. Borrar. Escribir una nota, luego otra. Borrar. Repetir. Sin dar espacio a los fantasmas de la creación. ¿Por qué me cuesta tanto? ¿Soy realmente bueno en esto? ¿Por qué la música del vecino es mejor que la mía? Esas preguntas surgen cuando nos enfocamos en el resultado y no en la práctica. Si no me sale escribir una buena canción, entonces voy a escribir una mala canción. Pero voy a escribir. Al enfocarnos en la práctica, nos damos cuenta de que el bloqueo creativo no existe. Es un invento. Si me olvido del resultado, puedo escribir sin límites, expresar todo lo que tengo dentro. Una nota, luego otra.
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